jueves, 3 de febrero de 2011

Yo sólo quiero escribir

No cesa la lluvia. Van más de seis horas, pero gracias a la buena mojada que me dí pude liberarme de esa sombra negra que me dejó la negación de contrato en la redacción de un diario.

Esta pequeña historia se inició desde la última semana de noviembre del año pasado cuando mi profesor de Redacción Periodística IV me menciona que en el diario local estaban convocando para hacer prácticas pagadas, desde ese momento ya me temblaban las piernas por la emoción que me provocaba sólo imaginar el que se llegue a concretar.
El 27 de diciembre por la noche viajo a Lima para rendir unas evaluaciones, unas cuantas, unas cuantas preguntillas, razonamiento matemático, razonamiento verbal, cultura general, ceviches, huevos y sandías. Sufrí de un deja vu antes de retornar a Huancayo.
Esperé, esperé y esperé.
Culminaron las clases, empezaban las lluvias y seguí esperando.
Un viejo amigo de Lima llega de visita con su mamá, aprovechamos la ocasión para irnos a tomar unas cuantas cervezas a mi bar favorito, El Galeón. Mientras íbamos por la… octava botella… suena el celular, una señorita me dice pausadamente que al día siguiente me presente en la redacción del diario.
El 12 de enero llegó.
Entré junto a la otra chica practicante, nerviosos. Un señor gordito y de bigotes nos presenta con todos, nosotros aún algo tímidos saludamos.
Desde ese momento sentí que me arrojaron al mar y empecé a nadar, nadar y nadar.
Vinieron los muertos, la corrección de los editores, los viajes, la ideología empresarial, la entrevista a los directores de las sedes de los ministerios, caminatas por los mercados, parques, asentamientos humanos, aquí, allá, buena comida a bajo precio, huariques, gente muy colaboradora, gente para mandar a la mismísima y todo lo que me ha gustado hacer más: caminar, tomar fotos y escribir.
Diecinueve días se pasaron volando, entre los buenos momentos con los compañeros que gané y las grandes cosas que nunca aprenderé en la universidad.
Hasta que para el fin de mes el director me menciona que rechazaron mi contrato por no haber presentado mi carta de presentación y la firma del jefe de prácticas de mi facultad.

¿Cómo es el cau-cau?
Todos están de vacaciones, he callado en todo momento que según el reglamento escrito en un pedazo de mármol rectangular, sí, así como en los Picapiedras, señala que sólo se pueden hacer prácticas culminando el sétimo semestre, recién pasaré a sexto, visité momentáneamente mi facultad, el decano estaba de viaje, llamé al jefe de prácticas, quien muy amablemente me dijo que no puede firmar nada porque iría contra las reglas, además caballerosamente resaltó mi condición de no estar en el semestre correspondiente: “mucho menos, no se puede hacer nada”.

¿Qué me queda?
Estudié el reglamento y puedo hacer dos maniobras.
Uno. Aceitar y meter más lubricante corriendo el riesgo de ser sancionado por la universidad.
Dos. Esperar terminar el sétimo semestre, ya no insistir más e irme a Lima para aprovechar del verdadero verano y ganar algo de dinero.
Estuve en un estado de inconciencia o usé mecanismos de defensas para no asimilar lo que me había pasado. Pero por dentro sentía miles de hilos que se entrecruzaban y jodían más algo que puedo llamar alma.
Necesitaba canalizarlo, necesitaba liberar ese tremendo bulto que ya fastidiaba.
Hoy. Me desperté tarde, fui a quitarme el cabello por completo, visité a mi mamá y a mis tíos que me invitaron a almorzar como tres veces.
Regresé. Llamé a mi amiga Tefa para salir por la tarde… porque los mejores amigos para eso están. Nos encontramos a las siete de la noche y fuimos al cine para ver Red social, compramos golosinas en PlazaVea y nos los metimos en las prendas, porque estamos de bajo presupuesto (propio de nuestra edad).
Al salir una inclemente, bárbara, estrepitosa, sediciosa lluvia anegaba las calles, vimos como buzones del desagüe rebalsar y crear piscinas.
Caminamos, corrimos, nos reímos como nunca.

Fue así que me sentí recuperado, con los pensamientos más claros y los calcetines mojados.
No me costó nada secarme la cabeza porque no hay cabello alguno.
Me senté a escribir.
Lo que menos preocupa es saber si lo hago bien o mal.
Me siento bien porque lo único que quiero hacer siempre, porque es lo único que he amado con gran intensidad es escribir.
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