lunes, 16 de junio de 2014

A media caña

Después de esos sueños hondos, como si nuestra conciencia se hubiese aventado al más profundo abismo, desperté.

Sobre la mesa junto a la cama seguían los dos vasos de whisky, la inercia estiró mi brazo derecho para coger uno de ellos y resbalé de la cama golpeándome la frente. Estaba la ras, entre el polvo y una caja de cigarros cerca que apreté entre mis manos antes de volver a perder la conciencia o que eso recuerde como sueño.
De adolescente siempre sentía culpabilidad por no volver a tiempo a casa, ahora estaba libre de esa emoción, me acogía el deseo de aprovechar el día, levantarme y caminar por todas las calles donde mis huellas emiten un llamado a mi corazón que acelera el latido.
Saqué un encendedor rojo y empecé a fumar no hallando comida en aquella casa, me puse la ropa luego de haber intentado arreglar la cama y beber el licor que sobraba mientras mis pensamientos se aclaraban y recuperaba los recuerdos. Las ojeras que llevaba eran bastante prominentes, los ojos los tenía enrojecidos y el morbo me llevó a acercar el rostro hasta empañar el espejo. El chocolate se derretía con la fricción que provocan los cuerpos, una lengua bordeaba una oreja y una mano empezó a estrujar todo el chocolate sobre una espalda que llevaba un tatuaje encima. Retiré el rostro y el olfato me advertía del olor dulce que venía de mí. Me senté sobre le inodoro, hacía falta un paraguas ante la lluvia de los recuerdos de toda la noche que había pasado.
Al asomarme a la puerta hacia la calle noté en el piso un papel que había sido pegado en algún lugar a la altura de mis ojos: “No dejes cigarros prendidos, asegúrate de cerrar bien la puerta. Y si vuelves, no toques el timbre”. Saqué el encendedor el bolsillo y quemé le papel.
Puse música, encendí otro cigarro que el estómago me reclamaba con los retortijones y unos lentes de sol para no atraer miradas.

“Memory, ah, memory, ah” y me senté en el puesto de jugos en un mercado al que por primera vez entré como un espectro.
-¿Le echo berenjena? –sin dejarme responder– es muy buena para la resaca.
-Gracias, señora.
-Mi hijo también se fue de  parranda el otro día y volvió después de dos días con…

Escuchaba la anécdota de la señora mientras un diálogo se interfirió:

-Pareces un trucha, al que tiran al mar para que muera.
-Un salmón.
-Fatalista.
-Hedonista –Corrigiendo–.
-¿Siempre la cagas con tus justificaciones?

Al mediodía el cielo volvió a adquirir el color plomizo y los rostros empezaron a empalidecer. Caminé sin rumbo, fue la primera vez que me sentía pequeñísimo en la ciudad, un laberinto extenso que desemboca al mar, adonde terminé por la tarde y me empapé con la brisa. Una náusea me tumbó y estaba frente a aquella puerta que no quería volver a ver. Toqué el timbre.


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lunes, 9 de junio de 2014

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Lo soñé otra vez

Un bote se aproximaba, la neblina estaba tan densa que no existía horizonte alguno, o estábamos sobre una consistente nube plomiza, jugamos y grabamos esos momentos que supondremos luego inolvidables. Hice clic en enviar y recordé exactamente todo tu correo electrónico, leer tu nombre me provoca leves chispazos en el cuerpo.

Salí del sueño y me mostré preocupado, estuve en proceso de llevar todo lo anterior en recuerdos, la confusión fue tremenda: estuve engañando a mi cabeza. Me moví ligeramente para no despertar al cuerpo que me acompañaba aquel domingo por la tarde, verifiqué la hora y hubieron pasado dos horas luego de haber probado dos vasos de whisky en la celebración de un bautizo.
Unos años después, mientras llegábamos al Callo, recordé mi cumpleaños dieciocho. Caminamos sobre las piedras y el cascajo recordando las circunstancias pasadas en el aquel mismo lugar. Tu cuerpo empezó a nublarse.

Desperté aprehensivo y tuve una tos imparable hasta que un dolor de cabeza me tomó por sorpresa y sentí sufrir de algo que mi hipocondría sólo lo sabía. Cogí el libro que dejé en la cabecera de mi cama y pasé toda la noche en vela, hasta la mañana siguiente que decidí hacer una llamada.
-¿Has olvidado que hace unas semanas estuvimos paseando por allí?
-Nunca hemos salido tan lejos.
-Ya vamos saliendo más de un año.
-No…


La alarma sonó y tenía el celular frente a mi rostro con el número marcado. Fui preso, nuevamente, de una confusión tremenda por saber si la conversación se realizó o no, vi el registro y nunca logré entablar una comunicación. Lo soñé… otra vez.
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