Aunque haya suprimido muchos textos o dejado en edición para nunca
publicarlos, esta vez quise permitirme esa excepción, sin ánimos de lograr
nada. El último fin de semana me sentí pletórico y tuve ocasión de recordar
plenamente, sin sujeción de alguna emoción.
Te he conocido a través de un
vidrio opaco, tu silueta no era más que la conformación de palabras sin
sentido, o párrafos que terminaban contradiciéndose conforme pasaban los meses,
los años y todo lo que tuvo que pasar. Esos cambios abruptos de proposiciones
que me ilusionaban seguidas de reflexiones que llevaban el barco a un mar
lejano de páginas vacías.
Te conocí a través de una puerta
decorada con vidrios deformados (porque el arte ha deformado la estética); el
orden de tus cabellos es el mismo, el efecto que me arremolina los vestigios
casi inexistentes de lo que fuiste tú: tu cabeza era mi suave almohadita y tu
sabor único que ahora ya no logro distinguir y he confundido mucho en el vaivén
del término de mi adolescencia.
Te conocí a través de unas
paredes claras y de pocas ventanas con vidrios llenos de tela de araña, convirtiéndolos
en la guarida de los fines de semana por la tarde u ocasionales tardes
desesperadas antes que las arañas lleguen, hasta que llegaron y morimos por el veneno
de la pasión. Qué más pasión cuando tu mandíbula giraba por mi cuello y emanaba
el fuego fatuo, el que compartimos hasta que llegó la desidia por elegir y
siempre elegimos los incorrecto, porque eso acrecentaba el sofoco en extrañezas
las veces que pasaba por cada lugar y los veía exudando nuestra propia emoción
partida.
Te conocí a través de unas calles
que acostumbran a la penumbra y sonaban como una guitarra de cuerda sostenida,
reemplazando al grito que di al estar primera vez pisando el asfalto luego del
pajonal del nido, ambos obstaculizamos la visión hasta casi dos años después
porque nuestros andares eran sobre las sábanas y los sueños, algunas veces
insomnios y con el fondo de tus canciones maceradas o las mías sin grados de
alcohol.
Cuando te conocí la escritura avanzó
muy rápido y las páginas vacías empezaron a llenarse, por el impulso menor o
mayor que recibía en las estivales estaciones, dentro y fuera; en el alborozo
después de tu partida porque me percataba a destiempo lo feliz que había sido.
Todos esos recuerdos tuvieron que apearse del Olimpo adonde los había llevado.
La última vez te conocí a través
de la distancia y la imaginación, enarbolando emociones que nunca llegaron y
sueños que no se consumaron porque hubo otras cosas, otros lugares, otros tú,
otros tiempos y otros espacios, sin embargo, el compartido contigo en algún
momento tuvo el vidrio transparente y fue en aquel comprendí que comprendí
había amado.